St. John's College

Cambridge, Inglaterra

Nyhavn

Copenhague, Dinamarca

Río Nidelva desde Bakke Bru

Trondheim, Noruega

Templo romano

Évora, Portugal

Piazza della Signoria

Florencia, Italia

Castillo de Eilean Donan

Dornie, Escocia

Río Duero

Oporto, Portugal

Molinos

Alkmaar, Países Bajos

Fiordo de Lyse

Preikestolen, Noruega

sábado, 20 de junio de 2015

El tiempo vuela...

Casi han pasado tres meses desde que me vine a vivir a Japón. No tenía pensado retomar el blog, pero hay veces que 140 caracteres no dan para mucho juego, y quería (o necesitaba) compartir algunas ideas que me vienen rondando la cabeza estas semanas, después de estos casi tres primeros meses viviendo en Japón. Además, más de uno me habéis comentado que escriba sobre lo que estoy viviendo aquí, así que vamos a ver qué tal funciona esto, aunque no sé si será lo que esperabais...

A estas alturas y si mi situación fuera como en las otras dos estancias que he tenido, estaría casi preparando la maleta y pensando en planes que hacer para cuando llegase a Alcalá de vuelta: llamar a los amigos para reencontrarnos y tomar unas cañas, apuntarme a esos clubs con actividades tan interesantes que había encontrado durante esos tres meses fuera (y a los que luego nunca me apuntaba), planificar el trabajo más inmediato, ir a sitios nuevos que aparecen persistentemente en la lista de pendientes...


Cuando uno está de estancia fuera por 2-3 meses, todo se puede relativizar pensando que en 3 meses (o 2, o 1), te vuelves a tu casa. Siempre hay cosas que ver en la ciudad donde estás viviendo temporalmente y alrededores, y siempre puedes entretenerte por ti mismo, aunque al final seguramente acabes conociendo a gente. Pero te puedes apañar. Realmente, estás como de prestado en el lugar. Vas a trabajar todos los días, haces la compra, chapurreas un par de palabras en el idioma local que vas aprendiendo a base de prueba y error, y casi te sientes como uno más. Pero sabes que en tres meses te vuelves. Nunca llegas a integrarte del todo, porque no tiene sentido mirar nada a largo plazo en ese lugar de prestado.

Ahora todo es diferente. Esos 3 meses casi han pasado, y aunque muchas de las sensaciones son parecidas, el recurso de "en dos semanas me vuelvo a casa" ya no existe. Voy a empezar diciendo que hoy por hoy puedo decir que no siento morriña, que no echo de menos vivir en España. Que aquí estoy bien, por lo general. Que la vida es muy cómoda y aunque mi apartamento es pequeño, en general he ganado en calidad de vida. Así que no estoy contando los días para volver. De hecho ni siquiera sé si quiero volver. Si me preguntaran hoy mismo, diría que no. En un año me lo podéis preguntar otra vez, a ver qué opino...


No tengo morriña, pero si dijera que estos tres meses han sido un paseo triunfal lleno de felicidad y excursiones fabulosas donde nunca he sufrido ningún bajón, mentiría. Hay días que es terriblemente difícil no echar de menos a los amigos, o a la familia. Tomar unas cañas, contarse las penas (emocionales, laborales, lo que sea) y compartir un rato. Y en esos días, es cuando uno nota la diferencia entre irse de estancia 3 meses, con fecha de caducidad, o irse a vivir al menos 3 años.

Cuando tienes que apañarte sólo a más de 10 mil kilómetros de tu país de origen, en un lugar donde el idioma es realmente una barrera porque te das cuenta que no sabes leer otra vez, y sin nadie en quien apoyarte, las cosas se viven de otra manera. Emocionalmente es como una montaña rusa, todo está magnificado, tanto los estímulos que recibes, ya sean de personas o lugares, como tu reacción ante ellos. Y eso es algo que me ha sorprendido de lleno en estos tres meses.


Japón es un país lleno de cosas interesantes, y siempre hay algo que aprender o discutir cuando hablas con la gente o vas por la calle.
- "Aquí os llamáis por el apellido y no por el nombre, ¿verdad?"
- "Ah, ¿que has estudiado español como segunda lengua en la universidad? Claro, podemos practicar cuando quieras..."
- Vale, tengo que asumir que los toros y el flamenco es lo más conocido de mi país aquí. Y la paella.
- Una historia tan (relativamente) desconocida para occidente, esos museos tan exóticos y llamativos para mis ojos europeos...
- ...

Las pequeñas victorias, como descifrar cómo funciona tu lavadora, se hacen enormes. Empiezas a poder entender partes de carteles por la calle, y te alegra darte cuenta que empiezas a saber leer otra vez. Te preguntan cosas cuando haces la compra, y sabes responder. Descubres una cafetería nueva. Tus compañeros japoneses te invitan a ver con ellos unos fuegos artificiales. Vas hablando más y más con la gente, vas acondicionando tu casa, disfrutas tu primer hanami, visitas esos sitios sobre los que tanto has visto y leído...


Las pequeñas derrotas, por otra parte, se hacen muy duras. Como cuando piensas que ya le has pillado el truco a hacer la compra, y te sorprenden con una pregunta que no sabes responder. O peor, sí que sabes, pero no te has enterado cuando te lo han dicho; cuando no puedes hablar con alguien porque no sabes mucho japonés, y la otra persona no sabe mucho inglés, y te das cuenta de que realmente, hasta ahí puede llegar la conversación; cuando se te olvidan los kanjis que has estudiado una semana antes; cuando te llega una carta y tienes que pedir ayuda porque no sabes si es algo bueno o malo...

Y esas pequeñas derrotas, como una pequeña piedra que se desprende de la montaña va provocando una reacción en cadena que a veces es complicada de atajar. Y actualmente, la opción de llamar a un colega para tomar unas cañas sencillamente no existe. Siempre quedará Skype sí, pero coincidiremos en que no es lo mismo. Y entonces, ya estés en tu minúsculo apartamento o tomando un café por Tokyo, te das cuenta que estás rodeado de la población de toda España, pero te encuentras terriblemente aislado. Y ya sé que es lógico y normal, porque llevo aquí 3 meses y he vivido 33 años en España. Pero lo que importa, es que ahora vivo aquí y ahora, y aquí y ahora, eso es lo que hay. Otro día si queréis hablamos de cómo de fácil o difícil es conocer a gente cuando tienes más de 30 años, no te gusta salir de bares y fiesta, llegas de nuevas a otro país donde no hablas el idioma, y casi toda la gente tiene su vida resuelta a estas alturas.


A pesar de todo, mi valoración de estos tres meses es positiva. Estoy bastante contento en el trabajo, mis compañeros se esfuerzan por ayudarme con las cosas que desconozco y cada vez me siento más integrado, voy teniendo más confianza con algunas personas, voy conociendo lugares nuevos y en general, estoy disfrutando de mi nueva vida en Japón. No me arrepiento de haber tomado la decisión que tomé.

Soy consciente de que esta entrada es igual un tanto incoherente, caótica. A ratos parece que no me quiero ir de aquí, y otras veces parece que el día a día es bastante duro. Pensándolo bien, es un poco como mi experiencia en estos tres meses aquí. No soy capaz de explicarlo mejor.


P.D.1: me temo que si retomo el blog, va a tener un carácter más personal que de costumbre. Igual porque ahora es lo que necesito, igual porque no le acabo de ver recompensa a hacer entradas muy técnicas y descriptivas de sitios para ver. Y seamos francos, blogs de Japón (o de viajes en general) de este tipo hay montones, mucho mejores de lo que podría ser este, así que no voy a perder el tiempo en eso. Así que creo que me centraré en algunas experiencias que vaya teniendo, y las iré escribiendo de manera aperiódica, según necesite ir contando cosas.

P.D.2: si tenéis curiosidad por algún tema en concreto sobre la vida aquí, podéis preguntar en los comentarios/twitter, y lo mismo me da para otra entrada :) Muchos me habéis preguntado cosas sueltas estos meses por Twitter, Whatsapp, pero no he recopilado una lista, así que podéis refrescarme la memoria si queréis... 

miércoles, 16 de julio de 2014

La ruta del Preikestolen

Llegué a Stavanger temprano, sobre las 10 de la mañana, después de un viaje de algo más de 2 horas en bus desde Haugesund. Y aunque pueda parecer que tenía tiempo de sobra para disfrutar del plan del día, no era así en absoluto, ya que quería ir ese mismo día al Preikestolen, y como veréis, eso requiere tiempo si dependes del transporte público.

Lo primero fue ir al hotel a dejar al menos la maleta, ya que todavía no podían darme la habitación. Y de ahí, a la oficina de turismo para que me informaran un poco sobre los horarios y combinaciones para llegar a la dichosa roca.

Uno de los puntos más cómodos para ir al Preikestolen es Stavanger, sí. Pero la salida de la ruta se encuentra en un camping, y primero hay que llegar allí. Para ello hay que ir al puerto en Stavanger, y montar en el ferry hasta Tau. En el propio ferry se puede comprar el billete ida y vuelta, así como el transporte en bus que lleva desde el puerto de Tau hasta el camping donde se encuentra la salida de la ruta. Bastante cómodo, la verdad. 

En el puerto de Tau

Lo malo es cuadrar los horarios, ya que el ferry tarda un rato, el autobús no es que esté precisamente esperando a que llegue para salir (de hecho nos tocó esperar un buen rato, unos 30-40 minutos), luego hay que llegar al camping, hacer la ruta de unas 2 horas de subida y otras 2 de bajada, y repetir al contrario, teniendo en cuenta que el último bus salía del camping sobre las 18, si no me falla la memoria.

Afortunadamente, todo fue bien. Una vez en el camping, los primeros carteles ya indicaban la ruta, y las primeras rampas se dibujaban delante. Por suerte, no todo el camino es igual, y hay varias zonas de pendiente más llana y sitios para reposar un poco las piernas. Es aconsejable también llevar comida y bebida, ya que la ruta es larga y seguramente pille en horarios de comida. Y por supuesto calzado cómodo, nada de zapatos (que alguno y alguna había por allí...).

Preikestolen Vandrerhjem, punto de partida de la ruta




Las vistas son impresionantes, desde luego. La subida al Preikestolen merece la pena no únicamente por el destino, sino por el bonito paisaje lleno de pequeños lagos y vegetación que aparece en cada esquina según sigue uno subiendo por el camino.

Y es que los paisajes del fiordo de Lyse son para dejarte sin palabras, pintorescas estampas que empiezan a aparecer aquí y allí, ganando en espectacularidad a medida que continúa el ascenso. La suerte que tuvieron los noruegos cuando les tocó el reparto de paisajes es de otro mundo..., aunque entiendo que para vivir allí día a día, acostumbrados a nuestro ritmo, puede ser frustrante. Pero a todo es acostumbrarse.






Tras casi dos horas de subida, y cuando ya tenía las piernas pidiéndome clemencia para hacer un descanso que les había negado en toda la ruta, la ascensión paró. La meta estaba a la vuelta de la esquina, así que ya sólo faltaba un último esfuerzo más.





Y allí estaba, esa imponente mole de piedra que sobresale del fiordo, con una grieta que lo corta de lado a lado, y una caída de más de 600 metros hasta el agua que tantas veces había visto en fotos. Uno de esos lugares que siempre he tenido en esa interminable lista de sitios que visitar. Y ahí te encuentras, sin palabras.

No había demasiada gente, lo que fue bueno. Sí que hacía un viento tremendo, tanto que me daba bastante reparo acercarme mucho al borde, así que unido a mi miedo a las alturas y prudencia habitual, provocó que no hubiera foto haciendo el moñas al borde de la roca o con los pies colgando. Imposible para mi. Pero no hacía falta, ese rato en la cima fue uno de mis mejores momentos de este viaje por los fiordos noruegos, y eso que hubo varios.





Al final, tienes que obligarte a regresar, bajar de la montaña y buscar de nuevo ese autobús que te lleve de vuelta a la ciudad, para descansar de la ruta. Así que tras un pequeño descanso para comer algo, y tras un descenso a lo Indurain por un camino de cabras por el que jamás pensé que podría pasar, acabé de vuelta en el punto de partida.





Bus al puerto, a por el ferry, y barco de vuelta a Stavanger. ¿A descansar? Je, todavía no, que había que dar un paseo al menos por la ciudad, ya que al día siguiente tenía que coger dos aviones para volver a España, y quería al menos conocer un poco las calles de esta ciudad, una de las más importantes del país...

lunes, 9 de junio de 2014

Haugesund, camino de Stavanger

He dudado mucho si subir o no esta entrada, ya que no tiene tanto peso como las anteriores, pero incluirla en la siguiente la haría demasiado larga. Así que al final, entre eso y que publicar esta entrada creo que me ayudará a desatascar el blog, me he decidido a subir unas pocas fotos más que comprenden mi paso por Haugesund, camino de la ciudad de Stavanger.

Pero vamos poco a poco. En la última entrada os hablaba del viaje por el fiordo de los Sueños (Sognefjord), que terminaba en el pequeño pueblo de Gudvangen. Desde este pueblo, viajé en bus de vuelta a Bergen, y pasé toda la tarde viajando. El objetivo era llegar lo más cerca posible de Stavanger, donde me esperaba el Preikestolen, pero hacerlo todo en el mismo día parecía demasiada paliza, tanto por las horas de viaje como por la hora de llegada a Stavanger. Así que decidí hacer una parada intermedia en Haugesund, una ciudad de unos 35000 habitantes (que no está mal para ser Noruega), donde llegaría sobre las 20 de la tarde, y me permitiría descansar antes de emprender el día siguiente el viaje a Stavanger.

El primer paso era volver a Bergen. Lo hice en un autobús de la compañía Nor-Way, que une las dos ciudades en unas dos horas y media por algo más de 30€. Si miráis en la web, pone que la parada es Gudvangen E16, lo que básicamente quiere decir que la parada está en mitad de la carretera E16, a la altura de Gudvangen. Afortunadamente, estaba realmente cerca de las pocas casas que forman el pueblo, así que fue sencilla de encontrar.

Al rato se me unieron un chico y una chica de Rusia, que también estaban buscando la parada para volver a Bergen, así que al final empezamos a charlar y pasamos toda la espera del bus y el viaje hablando sobre nuestros respectivos países, curiosidades, viajes que habíamos hecho anteriormente y la ruta que estábamos haciendo esos días por Noruega. Es el lado bueno de viajar sólo, que al final a la mínima acabas conociendo a gente.

Finalmente, el bus llegó a la estación de Bergen, y ahí me tocó esperar un par de horas hasta que saliera el siguiente bus a Haugesund, perteneciente a la línea Kystbussen también de Nor-Way. El trayecto dura algo más de tres horas y son unos 42€. Esto al principio me resultaba sorprendente, ya que ambas ciudades están separadas unos 140 kilómetros, pero claro, de que uno se habitúa al peculiar relieve noruego (y más en la costa de los fiordos), entiende el tiempo que tarda el viaje, ya que hay que montar en ferry para cruzar ciertas zonas, y las carreteras tampoco son para ir a 120 kilómetros por hora.

Después de un día donde monté en varios barcos y en un par de autobuses, llegué a Haugesund. Y no sé si porque era tarde, porque estaba cansado o porque realmente la ciudad no tenía nada, pero me pareció una ciudad muy gris. Haugesund tiene poca historia, se fundó hace menos de 200 años y aunque al principio se dedicaba a la pesca, hoy día es una ciudad industrial, centrada especialmente en el petróleo.


Tras un pequeño paseo por el centro no me llamó nada la atención, apenas había gente por la calle, para ser las 20 o las 21 de la tarde de un verano noruego. Smedasundet, la calle que está a la orilla del mar (aunque no lo parece, porque hay una pequeña isla justo delante y tienen hecho como un paseo fluvial), sí tenía algo más de movimiento y había varias terrazas con gente tomando algo. Pero ya os he comentado en alguna ocasión que lo de tomar algo en Noruega supone hipotecar varias comidas normales, así que tras dar un pequeño paseo, busqué un supermercado para comprar algo de comer y me volví al hotel.

Smedasundet

Más terrazas en Smedasundet

Iglesia de Vår Frelsers

El hotel no estaba mal, tenía alquilada una habitación en uno de los hoteles de la red Thon, que están por casi toda Noruega, y creo recordar que fue el día que menos tuve que pagar por el hotel, menos de 70€. Además tuvieron el detalle de preparar el desayuno antes de la hora de apertura del comedor, para que pudiera desayunar antes de irme, ya que mi bus salía temprano.

Haugesund no tenía gran cosa, al menos desde mi impresión y por lo poco que pude investigar antes de ir allí, pero cumplió su cometido de ser una ciudad de paso y proporcionarme un sitio intermedio para descansar. Tampoco iba a pasar muchas más horas allí, ya que a la mañana siguiente a primera hora tenía otro bus de la línea Kystbussen para enlazar Haugesund con Stavanger, en otras dos horas de viaje.

El trayecto es muy parecido al de Bergen-Haugesund, ya que va recorriendo toda la costa oeste de Noruega, cruzando brazos de los fiordos por puentes y ferrys, así que es un viaje bastante entretenido, aunque sólo sea por el paisaje o por las interrupciones para ir del bus al ferry y viceversa.


Nuestro bus en la línea de salida del ferry, esperando para continuar su viaje



Y eso es todo, llegué a primera hora a Stavanger, me dirigí derecho al hotel a dejar la maleta, y salí derecho a la oficina de turismo a informarme de cómo llegar al Preikestolen. Pero esto ya os lo cuento en la próxima entrada...

martes, 25 de marzo de 2014

Viaje en barco por el Sognefjord

En la última entrada (publicada más de medio atrás...) nos quedamos en el pueblo de Aurland, a la orilla del Sognefjord, o Fiordo de los Sueños. Este es uno de esos sitios que ya únicamente por el nombre nos llaman la atención. Y más cuando uno lee que en el Sognefjord suele ser habitual encontrarse con niebla, lo que da al fiordo un aspecto más especial y fantástico.

En realidad el Sognefjord es realmente extenso (el segundo fiordo más grande del mundo), así que me contenté con viajar en barco por una de las zonas consideradas más bonitas del fiordo. Para ello, llegué a Aurland por la noche (en el verano noruego, lo de "noche" es un decir...), y tras dejar las cosas en el hotel, donde tenía además un balcón con unas fabulosas vistas al fiordo, me fui a dar una vuelta para conocer los alrededores. Y sobre todo, para localizar el embarcadero donde tendría que esperar la mañana siguiente al barco que me llevaría desde Aurland hasta Gudvangen




Con este recorrido, pasaría de uno de los brazos del Sognefjord (concretamente, el Aurlandfjord) a otro, el Nœrøyfjord. Este último está considerado Patrimonio de la Humanidad, y es junto al Geirangerfjord, el único noruego que tiene esa mención. Por eso me decidí por este trayecto. Bueno, por eso y por restricciones de tiempo y dinero, que si no...

El trayecto lo realicé con la compañía Fjord1, y el precio desde Aurland hasta Gudvangen fue de algo más de 30€. En su web se pueden leer los horarios, tarifas y demás información de utilidad. El barco llegó puntual y desde allí comenzó un viaje de poco más de 2 horas a través del corazón de uno de los fiordos más impresionantes de Noruega.

Y es que el Sognefjord, y más especialmente el Nœrøyfjord, es conocido por la profundidad de sus aguas, la altura de las rocas que rodean el agua, y lo vertical de estas paredes de piedra. Además, junio es una etapa estupenda para aprovechar el deshielo, y uno puede ver pequeñas cascadas, un gran número de ellas. Tantas que al final uno acaba perdiendo la cuenta.





Adios, Aurlandjord...

El espectáculo de navegar por el fiordo fue impresionante, la verdad. El paisaje es espectacular y aunque lloviznó un poco, por lo general hizo un tiempo bastante aceptable y estábamos todos los pasajeros en la cubierta sacando fotos y disfrutando de las vistas. Vistas que incluyen las mencionadas cascadas, pequeñas casas de madera esparcidas aquí y allí (algunas en lugares bastante inaccesibles, como se ve en una de las fotos anteriores), y mucha vegetación que mezclada con el agua del fiordo forma un conjunto apabullante. Aquí más pruebas...

¡Hola Nœrøyfjord!









La verdad es que además del paisaje, el viaje lo pasé muy entretenido porque me encontré con una excursión de un colegio de Aurland que iban a hacer senderismo, y los alumnos tenían que practicar en inglés para explicar algo de historia y de la fauna y flora local. Aunque por la lógica vergüenza que tenían, al final quienes más hablaban eran los profesores, claro. Pero bueno, estuve charlando bastante rato con ellos y eso amenizó gran parte del viaje.

Después de dos horas y con mucha pena porque ya se terminaba el viaje llegamos a Gudvangen, localidad que no consta más que de un puñado de casas, pero que tiene una cafetería con terraza a orillas del fiordo y una tienda de recuerdos. Es un lugar bastante turístico debido a los cruceros que tienen aquí su origen o destino, así que aunque pequeña, en esta época tiene bastante bullicio. Eso sí, os puedo asegurar que tomarse un café caliente y un gofre a la orilla del Nœrøyfjord es una experiencia que no olvidaré fácilmente. Tuve la suerte además de que toda la gente estaba dentro de la cafetería, en lugar de disfrutar de la terraza.







Hay que decir que yo realicé este viaje por mi cuenta, a pesar de que existen paquetes turísticos que ya te organizan todo, te llevan a uno de los puntos de partida, te traen del punto de destino de vuelta, y salen de las ciudades más importantes y cercanas, como Bergen. Pero como a mi me gusta ir a mi aire y además salía más barato, lo hice por mi cuenta. Y no me arrepiento, porque hacerlo así tiene un aire aventurero (dentro de lo que cabe) que no tiene lo otro. 

Pasé un día espléndido, a pesar de lo relativamente corto del trayecto. El viaje en barco por el fiordo, el descanso con el café a la orilla del Nœrøyfjord en Gudvangen, el paseo por este pequeño pueblo, las charlas en el barco y luego en el bus de vuelta de Gudvangen a Bergen... Posiblemente este día se ha convertido en uno de mis mejores recuerdos de viajes de todos los que llevo.